Joyas (33) Romance de Abenámar y el rey Don Juan (anónimo)


                                                                                Romance de Abenámar

                                                                     y el rey Don Juan

-¡Abenámar, Abenámar,

moro de la morería,

el día que tú naciste

grandes señales había!

Estaba la mar en calma,

la luna estaba crecida;

moro que en tal signo nace

no debe decir mentira

-No te la diré, señor,

aunque me cueste la vida.

-Yo te agradezco, Abenámar,

aquesta tu cortesía.

¿Qué castillos son aquéllos?

¡Altos son y relucían! (1)

-El Alhambra era, señor,

y la otra, la mezquita;

los otros, los Alixares,

labrados a maravilla.

El moro que los labraba,

cien doblas ganaba al día,

y el día que no los labra

otras tantas se perdía;

desque los tuvo labrados,

el rey le quitó la vida

porque no labre otros tales

al rey del Andalucía.

El otro es Torres Bermejas,

castillo de gran valía;

el otro, Generalife,

huerta que par no tenía.

Allí hablara el rey don Juan, (2)

bien oiréis lo que decía:

-Si tú quisieras, Granada, (3)

contigo me casaría;

darete en arras y dote

a Córdoba y a Sevilla.

-Casada soy, rey don Juan,

casada soy, que no viuda;

el moro que a mí me tiene

muy grande bien me quería.

Hablara allí el rey don Juan,

estas palabras decía:

-Échenme acá mis lombardas

doña Sancha y doña Elvira;

tiraremos a lo alto,

lo bajo ello se daría.

El combate era tan fuerte

que grande temor ponía.

 

(1) El tiempo verbal, el pretérito imperfecto, era muy típico en la poesía medieval. Era el tiempo preferido en la narración de los hechos (aunque en muchos casos se refiera a hechos del presente).

(2) Fórmula con que los juglares facilitaban a los oyentes  la aclaración de qué personaje hablaba. Servía, además, para implicar más al público en los hechos que se narran.

(3) Era usual convertir en amante o novia a la ciudad que se estaba asediando. Especialmente, en la literatura medieval española.

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