El rey de los venenos
El rey de los venenos
Se levantó de su camastro cubierto de pieles. Acto seguido, tomó su capa y se ciñó la espada. Un soldado le había comunicado que le necesitaba el rey. Y si su rey, el soberano del Ponto, pero también su amigo, necesitaba sus servicios, él siempre iría. Habían vivido varias batallas juntos, compartido muchos momentos y secretos.
Mientras cruzaba las dependencias del palacio, rememoró la obsesión de su amigo por los venenos. Nada extraño para un niño que ha visto cómo su propio padre, el anterior rey, es envenenado por la reina consorte, y que ésta, durante la regencia, trata también de asesinarlo para favorecer que sea su hermano pequeño quien reine.
No le resultó fácil su vida de proscrito a tan temprana edad, ni recuperar el poder del reino, ni mandar ejecutar a su madre y hermano cuando ocupó por fin el trono. Una vez en él, decidido a que nadie lo envenenara, probó efectos de tóxicos en prisioneros y en su propio cuerpo durante años. Incluso investigó en la creación de un antídoto que llegaría a hacerse famoso: opio, agárico, aceite de víboras, ruibarbo, jengibre, canela…
Haría realidad su sueño de restaurar el antiguo reino de Alejandro Magno. Tenía el arrojo de Aníbal, a quien desde siempre había admirado. Incluso estrategias parecidas, como la de dejar numerosos tarros de miel con gran proporción de venenosas toxinas. Sabía, por sus estudios, que las abejas que recogen polen de rododendros producen esa miel. Así es que los batallones de Pompeyo, exhaustos, tomarían los jarros que supuestamente habían abandonado despavoridos los aldeanos. Al final le resultó sencillo ganar esa batalla de guerrillas a unos romanos debilitados, con fiebre y diarreas.
Pero, de repente, todos los recuerdos se desvanecieron al entrar en la dependencia real. Mitrídates el Grande, antes terror de los romanos, aparecía inclinado en su sillón, con el estómago, las manos y una daga ensangrentados.
—Por favor, desenvaina y acaba con mi vida. Me he hecho inmune a los venenos y, además, tengo miedo a alargar esta agonía. Sabes que mi hijo se ha rodeado de un ejército superior y ha pedido mi muerte. Heredará un reino títere, que ya ha hecho pactos con Roma. Yo no quiero caer en manos del enemigo. Jamás seré su siervo.
Luciano Maldonado
(Gijón - 2025)
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