Quien perturbe mi tumba
Quien perturbe mi tumba
Acababa de salir del dormitorio de su hija. Era lo que hacía por las mañanas, durante más de año y medio, al levantarse: ver cómo se encontraba. La pequeña no mostraba síntomas de fiebre. De modo que se fue a la sala para oír la radio. Los días anteriores estuvo escuchando la crónica de una ceremonia especial: el regreso de los restos de Tamerlán a su tumba de Samarkanda. Lugar de donde jamás debieron salir, y no sólo por el maleficio que encerraba su epitafio: “Quien perturbe mi tumba, desatará un invasor más terrible que yo.” Era un capricho de Stalin, deseoso de contagiarse de su fuerza; y él, tan sólo uno de los arqueólogos de la expedición enviada para la apertura del féretro. No quedaba más remedio que obedecer. “Tamur el cojo”, como llegó a ser conocido Tamerlán, agrandó su imperio con masacres, nada menos que diecisiete millones de cadáveres fueron su sanguinario trofeo. Incluso dejaba como tarjeta de visita una torre levantada con miles de cráneos en cada ciudad conquistada. Hitler y Stalin, ególatras y dominados por la superstición, tras la lanza sagrada de Longinos, uno, y con los restos de Tamerlán, el georgiano, ya llevaban dos millones de víctimas. Ojalá no tuviesen tiempo para más atrocidades.
—Tómate el café antes de que se enfríe —intervino en ese instante su mujer, superponiendo su voz a la del locutor—. No dirán nada del nuevo enterramiento de Tamerlán. Hoy la primicia es la captura de ese comandante Paulus. Queda apenas una hora para que firme la rendición de su ejército y van a retransmitir el acto.
Estuvo junto a la radio las dos horas siguientes. En efecto, la gran noticia era la caída del mando de los nazis en su maltrecho frente de Stalingrado. Los altavoces de las calles la repetían sin cesar, buscando desmoralizar los francotiradores germanos.
—¡Milagro! —exclamó su mujer, regresando de la habitación de la niña—. Se ha tomado el desayuno. Quiere levantarse y que saques su juego de construcción.
Por fin. Profecía cumplida o no la del epitafio, la operación Barbarroja de invasión había comenzado y acabado en los mismos días de desentierro y nuevo entierro de Tamerlán. Y lo más importante: parecía finalizar la larga enfermedad de María, enmarcada también dentro de esas dos fechas.
Luciano Maldonado
(Gijón - 2024)
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