El olor más fétido del mundo
El olor más fétido del mundo
En cuanto cruzó el portón de la verja, paró el coche, sin recorrer lo que faltaba para llegar al garaje. Los tres se colocaron las máscaras antigás que llevaban preparadas en el asiento trasero, pero sólo él abandonó el vehículo y se dirigió con cierta precaución a la parte trasera de la casa. Tras unos minutos, regresó junto a su mujer e hijo, pendientes de sacar las maletas, y les confirmó un mensaje que parecían saber desde hacía tiempo.
—Efectivamente, ha sido por la puerta que da a la piscina. Habrá que cambiar la cerradura. Por lo demás, no he visto más destrozos. No hay peligro.
Sus palabras sonaban graves y algo robóticas tras el grueso filtro de la máscara, como los ingenieros de Chernobil, había dicho su hijo el día que las probaron en la tienda.
A continuación, cada uno inspeccionó la parte de la casa ya asignada. Él, la planta baja y el sótano; ellos, las habitaciones de arriba.
Cinco minutos más tarde, una vez abiertas todas las ventanas y puertas, se reunieron en el salón. Pero continuaron con sus máscaras.
—Las habitaciones están bien, como las dejamos —dijo su mujer tras un resoplido de alivio.
—Y mi ordenador, mi hucha y el resto de cosas están perfectos. Yo creo que ni han entrado allí —remató satisfecho su hijo.
—Bueno, pues entonces su único botín han sido las botellas que había sobre la mesita.
Sí, menos mal que de algo bien práctico le había servido su afición a la electrónica. Claro, que el bombardeo de noticias sobre okupas en su zona le habían animado a dar el paso. Se trataba de instalar un sistema si puertas o ventanas fueran manipuladas en su ausencia. Entonces, una aplicación le avisaría al móvil, una cámara disimulada grabaría durante un rato, y, desde cada caja de persiana, se diseminaría un efluvio nauseabundo encerrado en cartuchos metálicos. Cada medio minuto una emisión, sin ruido alguno, un rocío invisible procedente de una disolución que había preparado con glándulas anales de perro. Sin máscara antigás —se lo aconsejó su amigo el veterinario— el vómito era más que seguro.
Luciano Maldonado
(Gijón - 2024)
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