El clavo


 

El clavo

Juan y Rafael tenían mucho que contarse después de no verse en veinte años. Habían quedado en aquel restaurante y, como era obvio, la cena se alargó. Eran los últimos comensales, pero faltaba apurar el vino. No había camareros; sólo la dueña, que ansiaba cerrar.

La conversación era animada. Estaban de acuerdo en todo, pero no en las cadenas de casualidades.

—La famosa teoría del caos y el vuelo de la mariposa —dijo Juan para explicarse.

—Bobadas —contestó Rafael— Causas y efectos son siempre previsibles.

—Mira: ¿conoces ese poema de que por un clavo se perdió un reino?…

—No.

—Dice que por culpa de un clavo torcido se cayó una herradura; luego, por culpa de esa herradura, se cayeron el caballo y el jinete. Como éste era importante, se perdió la batalla. Y, finalmente, todo el reino.

—Anda, Juan, ¡y todo por un clavo!… ¡Demasiado exagerado! —Y dio un manotazo al aire, que acabó por tirar su copa de vino.

Enseguida, la dueña acudió con una bayeta.

—Perdone, he sido muy torpe —se excusó Rafael—. Además, tuvo que ser ahora que le están llamando al móvil…

—No se preocupe, quien llame —Y echó un vistazo a la barra—, si es importante, volverá a llamar, ¿no?

Poco después, fuera del local, se les acercó un hombre.

—No será de ustedes un coche rojo… —dijo nervioso.

—Sí, el mío es rojo —Y Rafael observó que no estaba en el aparcamiento.

—Pues lo han estrellado allí.

El hombre señaló un cruce de calles en el que parpadeaban las luces de la policía. Los tres se precipitaron hacia aquel punto. Por el camino, el desconocido no paraba de hablar.

—Vengo cada noche a charlar con María, cuando cierra. El caso es que he visto a dos tíos merodeando. Se fijaron en su coche, y es cuando he llamado, para que avisara a los clientes. Como estaba solo, no he intervenido. Tampoco quería entrar en el restaurante, porque podría ser testigo si se lo llevaban… Bueno, como María no contestaba, llamé a la policía. Se ve que estaban cerca y trataron de pararlos…

Se abrieron paso entre la gente. Entonces, ante los destrozos del coche, a Rafael comenzó a roerle una idea: aunque con diferencias, aquella copa derramada era, sin duda, su clavo torcido.

                                                                                         Luciano Maldonado

                                                                                              (Gijón, 2024)

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