La distancia


 

La distancia


—Hasta luego, Crispín.

Le dijo al cachorro, mientras lanzaba la pelota verde de goma al otro extremo del pasillo. Crispín aceleró con sus patitas hacia el objetivo, sin caer en la cuenta de la maniobra de distracción, pues la puerta de la calle se cerró con extraordinaria rapidez. Su compañero de juego ya no estaba.

Hay “hasta luegos” que duran quince años. Es justo lo que tardaría Daniel en regresar, aunque no pensaba que sería para tanto tiempo. Creía que iba a volver por la tarde; pero se precipitó todo. Los amigos lo retuvieron demasiado. Menos mal que la maleta estaba preparada desde el día antes en casa de uno de ellos.

Daniel, a partir de ahí, progresó bastante en el trabajo para el que había sido contratado en un país lejano. Se casó después de dos años, también allí. Incluso disfrutó de la visita de sus padres y hermana, que acudieron para su boda, primero, y luego cuando nacieron los gemelos.

Pensaba regresar antes, la verdad; no ahora que su madre llevaba días ingresada tras un infarto.

Su padre y él fueron los primeros en entrar en casa. Fue una vez en el salón cuando lo vio. Crispín estaba enroscado como un óvalo perfecto. No había oído la puerta. Sólo levantó la cabeza cuando oyó hablar fuerte a Daniel.

—¡Pero si es Crispín!… No me habías dicho que… Pensaba que había muerto hace mucho… Como no habíamos hablado de él últimamente…

—Bueno… Es tu hermana quien se ocupa del perro. Lo ha sacado a diario; pero ahora... Tiene unas cataratas terribles. Ya ves, es capaz de estarse tumbado horas enteras.

Daniel se acercó a Crispín. El animal se puso en pie con lentitud. Cada movimiento le exigía un gran esfuerzo. Durante unos segundos, recibió las caricias de Daniel mientras olfateaba sus manos. A continuación, dio varios pasos vacilantes, intentando no perder el equilibrio por la cubierta de un barco imaginario, y abandonó el salón.

—Confieso que la culpa de no enterarme es mía, que no os he preguntado. Demasiado jaleo en el trabajo y con los hijos… Repito: tal vez en mi subconsciente lo daba por muerto.

En ese instante, se dispuso a ir a su antigua habitación. Pero se detuvo de repente, porque apareció de nuevo Crispín, que, reanudando un juego interrumpido sin aviso, rotas las distancias de tiempo y espacio, se le aproximó y soltó de la boca una pelota verde de goma.

                                                                                               Luciano Maldonado
                                                                                                    (Gijón - 2021)

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