Orina y sangre
Orina y sangre
El subinspector salió al pasillo con rostro serio, reflejo del cansancio acumulado durante horas. Antes de cerrar la puerta, oyó una desesperada súplica desde el interior: “Tiene que creerme, ya no meo sangre”.
―Jefe, lo mismo dice su hermano ―le informó un oficial, acercándose―. Que no querían robar el cáliz, pero que les amenazó; que si no lo hacían, mearían sangre. Que ahora, tras un día bajo nuestra protección, se encuentra mejor. Pero que hay que desconfiar, pues el mexicano es un brujo muy poderoso.
El subinspector repasó después las anotaciones de su agenda. Con lo que ya tenía, era el momento para tener una conversación definitiva con aquel hombre. No disponían de mucho tiempo para llevarlos ante el juez.
―Bueno, amigo ―dijo con afabilidad, mirando un instante al abogado de oficio y tomando asiento frente al mexicano―, sabemos lo del robo del coche, el cambio de planes posterior, que querías robar en San Isidoro… Incluso en qué hostal os reuníais. Mis agentes están yendo para allá. Si me cuentas qué es eso de tu amenaza de que mearían sangre, pues será una declaración voluntaria. Eso cuenta para que el juez rebaje la condena.
―No tienes por qué decir nada. No los obligaste a participar contigo ―intervino el abogado.
―Ya, pero son dos imbéciles que no saben ni mentir; e insisten en lo de la sangre.
―No tiene sentido callar. En efecto, son imbéciles. También yo, por no darme cuenta al principio. Hace cinco días, los invité a beber en mi hostal. Les propuse el robo de un coche para atracar una joyería. Estuvieron de acuerdo; pero una vez conseguido el coche, cuando les hablé del auténtico plan, el del cáliz, se echaron atrás. Esa noche, en el hostal, bebimos vino, pero el suyo mezclado con una infusión del palo de campeche. En mi país se ha utilizado para tintar en rojo. Quien lo bebe, orinará con color sanguinolento. Así es que al despedirnos les advertí de mi poder: si no cometíamos el robo, se arrepentirían orinando sangre. Al día siguiente se presentaron muy obedientes y nerviosos. Y el resto es de sobra conocido. Mientras nos ocultábamos hasta la hora de cierre del museo, el otro hermano, el más tonto, por lo visto, estrelló el coche contra un muro.
Luciano Maldonado
(Gijón - 2024)
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