El banco


                                                                            

                                                                  El banco 

Lo subieron al camión, donde ya se encontraban otros bancos. Una hora más tarde, quedaba anclado a una alfombra de hormigón en la glorieta central del parque. Sí, allí estaba, se diría que orgulloso, de estreno por una capa de barniz que resaltaba sus listones.

Pasaron los primeros días. Y por caprichos del azar, lo cierto fue que nadie estrenó el banco. Al tercer día, varios jubilados fueron a la glorieta para ver a los que practicaban petanca. Pero, curiosamente, los espectadores permanecieron todo el tiempo de pie.

Luego llegó el fin de semana. Algunas parejas tomaron asiento en las esquinas del parque. Por su parte,los jóvenes adoptaron otro banco, más apropiado para fumar y charlar de modas. ¿Y los niños?... Los niños jugaron al fútbol, tomando como portería, precisamente, el solitario banco. Pero, como si tuviera el estigma del diablo, no llegaron a sentarse.

Se presentaron en primavera las palomas, incluso recalaron en el listón más alto del banco. Y sin sombra en verano, lleno todo de excrementos como monedas, nadie osó tomar asiento. Hubo una vez un anciano, sí, que estuvo a punto de hacerlo. Mas cuando tenía dobladas las rodillas, a centímetros de que su trasero tomara contacto, escuchó que su nieto le urgía para irse a casa.

El banco contempló el trasiego del tiempo. Se cubrió de nieve, en ocasiones convertida en hielo. Sufrió gotas de lluvia a dictado lento, otras veces desenfrenado, como cuando tuvo sus patas anegadas de agua y en proceso imparable de oxidación.

Si pudiera hablar… ¡Qué de cosas contaría! Porque durante años fue testigo de cotilleos que pudo captar, reyertas de borrachos, o requiebros de amor, aguzando mucho el oído (siempre se sentaban lejos). Incluso hablaría del crimen cometido una noche a tres metros escasos, y que nunca se esclareció, porque el cadáver –él sí que lo vio– fue metido en el maletero de un coche, que se alejó velozmente.

Hasta que llegó el día en que unos operarios lo desencajaron del bloque de hormigón.

 Bueno, amigo dijo el mayor, ya has cumplido tu misión.Muy lejos como para que alguien más se siente aquí.

Días más tarde, cuando cruzaban la glorieta unos turistas, uno de ellos juzgó en alto con agudeza:

Lo que haría falta aquí es que pusieran un banco.  

                                                                                              Luciano Maldonado

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