Desde el alcor Las nubes se estiran en renglones de cielo. En su avance, se recrean con reflejos en el lago. Un pájaro raya veloz el crepúsculo y, por instantes, ha sido oro, anaranjado oscuro, púrpura y fuego, granate, negro… Ha alcanzado el destino fijado, lo celebran sus crías con piar frenético. Tuco, la cabeza erguida, mueve ligeramente el hocico. Le llegan notas tenues de olor, efluvios de fragancias perdidas; mas, tendido, es remedo de esfinge, dócil, leal y tranquilo; no suele entrar en acción, salvo si es su amo quien lo pide. La ciudad, ya en sombras, a mis pies, muy abajo, puzzle de menudos volúmenes apenas descollando del suelo, se reduce a una parda alfombra hecha con retales de tejados. Por algunos de sus largos flecos decenas de luciérnagas-autos pululan por laberintos de túneles, transitan desesperados. Y mi alma… ¿Hay alguna luz que indi...