Los posos del ocaso -¡Té! Exigió el daimio con el puño en alto, orgulloso. Estaba satisfecho de regresar, pues había vengado a su hermano. Una amplia sonrisa lo reflejaba. Tenía salud, poder y sus deudas saldadas, los dioses eran beneplácitos con su existencia. Pero el señor desconocía, mientras su mejor doncella le preparaba el pedido con un esmero y delicadeza fruto del tesón, de la práctica, lo que pronosticaban sus posos. Dicha sirvienta, la de mayor confianza, era concubina del ahora recién fallecido enemigo, cuya consecuencia directa sería el hecho de que no llegara a terminar su bebida, ya que el veneno actúa deprisa. Javier Maldonado Sánchez (2005)
