Por fin el edén
Por fin el edén Uno Estaba adormilándose en la hamaca, abandonado al sonido del vaivén de las olas. Mientras la voluntad le echaba un pulso a la pereza, se acordó de las láminas de Gaugin en su despacho de Madrid. Era un lujo experimentar el mismo espacio de luz en que el pintor quedó para siempre cautivado. Cuando el ruido fue ganando fuerza, pudo observar, minúscula, la silueta de un hidroavión que se aproximaba. Dio un salto y se encaminó al velero que hacía unas semanas les había descubierto el ansiado edén. En cuanto lo vio, supo que era el barco justo para darle un giro total al rumbo anodino de la vida. El dinero ahorrado durante años, su comisión por la fusión de los bancos, la herencia familiar que recibió su mujer, todo ello serviría para hacer suyo aquel pequeño trozo de paraíso. Terminó de cubrir con las urdimbres ya preparadas de palmas el resto de la popa. Todo camuflado. Entonces vio que el hidroavión sobrevoló bajo y en círculo, a...