La misma piedra
La misma piedra
Somos los únicos seres
capaces de tropezar dos veces
con la misma piedra.
Dos, doscientas o mil,
en la misma piedra,
una y otra vez.
Nada sabemos
de los que lo fueron todo.
Egipto, Troya,
Nazca, mayas,
China antigua, Angkor.
De nada han servido
oradores o escribas.
Hemos roto a conciencia
la cadena de testigos.
Una y otra vez
siempre partiendo de cero.
Especulamos intenciones,
aventuramos sentidos
de templos, pirámides, papiros,
oscuros grabados y círculos,
como hijos perplejos
de un impasible Stonehenge.
Todo por nuestra egolatría,
para ganar más egos aún
y subir así peldaños necesarios
de tanta ignorancia y confusión,
como constructores esclavos
de una eterna torre de Babel.
¿Qué te hace pensar
que esta vez sí,
que estas obras del presente
tendrán más suerte en el futuro?
La experiencia del abuelo
no suele ser del gusto de los nietos.
Casi siempre sus batallas
han enmudecido en un rincón.
El virus de la desmemoria
borrará todas las certezas
de nuestra ciega urgencia.
Lo que hoy es inmutable es seguro
que muy pronto mudará,
se licuará e ira al olvido
con el fluir constante de vidas
de este corto camino hacia el mar.
Y un poco más adelante,
cuando menos lo esperemos,
una nueva Monna Lisa,
embozada, como es ya costumbre,
en su esquivo y secular enigma,
quizá con mueca de resignación,
despertará de lo profundo de los sueños
y nos volverá otra vez a sonreír.
En la misma piedra,
otra vez y mil más.
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