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Mostrando entradas de abril, 2025

Joyas (73) A una nariz (Francisco de Quevedo)

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               A una nariz   Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba, érase un pez espada muy barbado. Era un reloj de sol mal encarado, érase una alquitara pensativa, érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado. Érase el espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce tribus de narices era. Érase un naricísimo infinito, muchísimo nariz, nariz tan fiera que en la cara de Anás fuera delito.                         (Francisco de Quevedo)

Joyas (72) Adelfos (Manuel Machado)

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                           Adelfos   Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron -soy de la raza mora, vieja amiga del sol-, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español. Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer… Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna… De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer. En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos y la rosa simbólica de mi única pasión es una flor que nace en tierras ignoradas y que no tiene aroma, ni forma, ni color. Besos, ¡pero no darlos! Gloria… ¡la que me deben! ¡Que todo como un aura se venga para mí! Que las olas me traigan y las olas me lleven y que jamás me obliguen el camino a elegir. ¡Ambición!, no la tengo… ¡Amor!, no lo he sentido. No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud. Un vago afán de arte tuve… Ya lo h...

Quien perturbe mi tumba

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  Quien perturbe mi tumba Acababa de salir del dormitorio de su hija. Era lo que hacía por las mañanas, durante más de año y medio, al levantarse: ver cómo se encontraba. La pequeña no mostraba síntomas de fiebre. De modo que se fue a la sala para oír la radio. Los días anteriores estuvo escuchando la crónica de una ceremonia especial: el regreso de los restos de Tamerlán a su tumba de Samarkanda. Lugar de donde jamás debieron salir, y no sólo por el maleficio que encerraba su epitafio: “Quien perturbe mi tumba, desatará un invasor más terrible que yo.” Era un capricho de Stalin, deseoso de contagiarse de su fuerza; y él, tan sólo uno de los arqueólogos de la expedición enviada para la apertura del féretro. No quedaba más remedio que obedecer. “Tamur el cojo”, como llegó a ser conocido Tamerlán, agrandó su imperio con masacres, nada menos que diecisiete millones de cadáveres fueron su sanguinario trofeo. Incluso dejaba como tarjeta de visita una torre levantada con miles de cr...