Moisés
Moisés Entró sudoroso en San Pietro in Vincoli y se acercó, inmerso en el frescor de sus naves, al grupo escultórico en que sobresalía Moisés, con su imponente figura. Había admirado cada detalle de la estatua en numerosas fotos; pero ahora en vivo, a la luz de de un foco casi cenital y muchos cirios y velas, destacando su tensión dramática justo por encima de las cabezas de los espectadores, el placer alcanzaba el éxtasis. Majestuoso el profeta, que protege con su brazo derecho las Tablas de la Ley. Hercúleo, en disposición de levantarse ya de su asiento, con la cabeza girada a la izquierda y el ceño fruncido por la ira. Cólera irreprimible ante la repulsiva visión de los idólatras. Algunos ponen en duda que Miguel Ángel se desesperara y le preguntase por qué no le hablaba; pero él, no. Es inminente que Moisés lo va a hacer. En cuanto se levante. —¿Por qué no os calláis, herejes? Antes de recobrar el sentido, todavía en el suelo, juzga que es observado en el centro...